Al arquitecto Tito Llopis
Si las obras llegan a buen término, los módulos salen de fábrica y el paraguas polícromo se instala, pronto, la Plaça Redona de Valencia tendrá un nuevo perfil.
Para los ciudadanos, turistas y visitantes de esta urbe, la remodelación de una de las plazas más populares de esta capital, ha sido una bocanada de aire fresco y un ejemplo de las posibilidades de restauración de una ciudad mediterránea.
Si se puede hablar de señas de identidad del casco urbano de la capital valenciana el ejemplo de la Plaça Redona ocupa un lugar de privilegio.
Segùn los historiadores el lugar tiene origen árabe. Fue, según la leyenda, matadero de animales, venta de aves y plaza comercial. El entorno urbano y el nombre original de las calles adyacentes, Bordadores, Corregeria, Tundidores, Tapinería, Zurradores, da fe de la actividad de ese lugar.
Al final, el Ayuntamiento de Valencia, en 1839, acordó la construccion de una plaza de nueva planta. Fue el arquitecto Salvador Escrig, miembro de ola Academia de Bellas Artes de San Carlos, quien proyectó la plaza circular, calificada por la historiadora Trinidad Simó como "una de las intervenciones urbanas del siglo diecinueve más originales, acertadas e interesantes".
Para cualquier persona que haya vivido, al menos medio siglo en esta ciudad, la Plaça Redona, era el lugar de asueto familiar de cada domingo, un sitio donde, alrededor de los puestos de ropa popular y cerámicas y recuerdos de la ciudad, se vendian pajaritos, libros de viejo, sellos y hasta artesanias originales subsaharianas.
La plaza, ahora, remodelada por el estudio Vetges-Tu i Mediterránia, ha recuperado prestancia y calidez. Tiene el color ocre de origen, los nobles herrajes del ayer y unas puertas de madera dignas del lugar.
Que mejor metáfora, para iniciar un blog, que referirse a un espacio del pasado, un lugar circular, una plaza redonda lugar de encuentro de lugareños y foráneos, donde cada fin de semana encuentras un tebeo antiguo, un libro agotado, un disco perdido, unos sellos, un jilguero o , por qué no, la máscara africana del Golfo de Guinea que, en su dia, descubrió Michel Leiris, fotografió Pierre Verger o inspiró a Picasso.
En un mundo de plazas renacentistas, barrocas o pletóricas de árboles, bien vae la pena tener una Plaça Redona.
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