domingo, 23 de enero de 2011
HISTORIAS URBANAS: LA HABANA (I)
Quinceañera en la Iglesia de San Francisco, La Habana, 2006
Para Rafael Acosta
Cruzar la ruta del Atlàntico con un Ilyushin ruso tenìa cierto morbo. En aquellos años, la ruta aérea Madrid-La Habana hacìa escala técnica en Vancouver. Salìas del calor madrileño, titiritabas en la escala técnica y descubrias, unas horas màs tarde, la calima tropical caribeña.
Al llegar a Rancho Boyeros, empezamos vislumbrar que, en el medio del Caribe, habìa una isla capaz de enfrentarse al vecino americano. Las primeras señales aparecìan en la ruta del aeropuerto a la ciudad, en vistosas y coloristas vallas, llenas de consignas contra el vecino norteamericano. Si Ryszard Kapuscinski hubiera viajado en su tiempo a este paìs seguro que tendriamos una buena crònica de la imagen pùblica de esa isla. No en balde, en esos años, Cuba tenìa los diseñadores gràficos con màs talento de América Latina.
El primer hallazgo, al llegar a La Habana, fue el Hotel Sevilla, antiguo edificio, entre el Paseo del Prado y el Memorial Granma. Allì descubrimos los viejos ascensores de puertas metàlicas y las habitaciones de enormes ventiladores. Y la Escuela de Gastronomia Cubana, cuya sede, por cierto, estaba en ese hotel. Enfrente, ademàs, estaba la primera pinacoteca de la capital: el Museo Nacional de Bellas Artes. ¿Quien iba a decirnos que, en el acervo del museo, ìbamos a encontrar unos lienzos del pintor Joaquìn Sorolla?. ¿Quien iba a decirnos, que el danzòn caribeño, lo oirìamos por primera vez con el Septeto de Ignacio Piñero?.
Aquella Habana vieja surcada de callejuelas estrechas, edificios ruinosos y plazas de àrboles frondosos y bancos de madera, tenìa sus luces y sus sombras.
El paìs funcionaba con dos monedas distintas: el dòlar americano y el peso cubano. Para la economìa de un turista, un lìo.
Los años setenta eran los años de influencia de la Uniòn Soviética sobre Cuba. Pero en el Caribe la idiosincrasia cultural antillana, pesaba màs que la influencia rusa.
Claro que sin esa alianza cubano-soviètica ¿tendrìa la isla el nivel que tiene en danza y deportes?
La Habana està dividida en dos mitades: La Habana vieja y La Habana moderna.
En La Habana vieja està el Capitolio cubano, las sedes del Centro Asturiano y Centro Gallego, la Catedral y el Castillo de la Fuerza, uno de los edificios màs sòlidos de la antigua colonia española.
En La Habana moderna està el barrio del Vedado, el Hotel Nacional, la Filmoteca de Cuba y la famosa heladeria del Copelia con sus sabores de frutas tropicales. En el antaño barrio señorial del Vedado viviò la familia de la poetisa Dulce Marìa Loynaz, anfitriona de Garcia Lorca, el escritor Juan Ramón Jiménez y los poetas Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Años de diàlogo de las letras hispano-cubanas del siglo veinte.
En el Vedado, tambièn està, el Cementerio Colón. una joya de la estatuaria fùnebre del Caribe. Alli yacen los escritores Nicolàs Guillèn, José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Alli yacen, asimismo, los artistas Mariano Martinez, René Portocarrero y Wifredo Lam. Y, claro està, los héroes patrios de la isla.
Al citar, antes, las frutas tropicales, es decir la guayaba, el mamey o la guanàbana, queria recordar que esos sabores, en algùn tiempo, eran desconocidos para los turistas europeos.
Sabores tan extraños como la ropa vieja, el arroz con frijoles o el cochinillo con yuca.
Tambièn disfrutamos, en la calima veraniega, de refrescos inolvidables, como los "mojitos" y los "daiquiris" que preparan, con esmero en cualquier cantina, restaurante u hotel y que dieron fama a la Bodeguita del Medio o el Floridita.
Pasear, al atardecer, por la ciudad vieja, te permitìa entonces ver desde el Castillo de la Punta y el Castillo del Morro, entrar los barcos sovièticos en la bahia de La Habana. Los reconocias porque llevaban pintada, en la chimenea, la hoz y el martillo. Un espectàculo inolvidable.
Una ciudad, rodeada por el mar, fluye entre diversos registros: las luces tenues de los rayos del sol; las olas furiosas rompiendo contra el malecòn y las lluvias grises inundando la urbe entera.
No en balde esta ciudad, desde hace siglos, se protege del vendaval pluvioso del cielo y los huracanes cìclicos del Caribe, con numerosos soportales dispersos por la capital. Basta con hojear el libro de "La ciudad de las columnas" (1970), de Alejo Carpentier y Paolo Gasparini, para entender la relacion de esta urbe con las diversas estaciones. Algo que, desde siempre, entendieron los ingenieros, constructores y arquitectos de esta capital de las Antillas.
El capitolio de La Habana, 2009
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